Nada puede llenar los huecos que se dejan en los cajones. Ni
siquiera los calcetines. Ni siquiera las palabras, que caen como
torrentes. Los peores dolores no son
debidos a lo que contraemos, sino por lo que perdemos. La mala suerte no es la que te niega la
fortuna, sino la que la arrebata. Qué más da, tú estarás en el coche que me dio
el mundo, yo trataré de no pensar demasiado en ti, de hacerlo sólo para sonreír
y evitar caer.
Nada puede llenar los huecos que se dejan en las cocinas. Ni
siquiera los vasos de ikea. El café ya no anuncia las mañanas, las espeta en la
cara. Y el calentador no se pone a funcionar mientras hago zumo. Ya no hago zumo, si acaso me como la naranja
así, sin piel.
Nada puede llenar los huecos que se dejan en los vasos del
baño. Ni siquiera un tubo vacío de pasta. Y en la ducha parece que graniza, que
allá donde voy sólo encuentro tormenta, y que me sobra el aloe vera.
Nada puede llenar los huecos que se dejan en los colchones. Ni
siquiera dándoles la vuelta. Y a tu cuerpo el mío le había dado forma, se había acostumbrado a tenerte y había moldeado la perfección de tus curvas con delicadeza.
Va a ser que los corazones son como cajones, como cocinas,
como vasos. Y, desde luego, como colchones.
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