jueves, enero 12, 2012

Sendas

Compro café de cooperativa, para ofrecer una taza a la visita de la tarde. Me esmero, merece la pena porque Jonah Kilt para por mi ciudad lo que puede y cada café con él es un viaje en sí mismo. Los aromas le traen a él recuerdos de laderas escarpadas y cubiertas de vegetación, y esas laderas le recuerdan a su vez una anécdota de su último destino. Es entonces cuando me hundo en el sofá y me limito a escuchar, con los ojos entrecerrados.
- ¿Sabes, Mateo? Recuerdo que una vez, caminando por Yangshuo, ofrecí a un amable anciano un poco de té verde sencha que me quedaba en un tarrito de aluminio. Mientras se lo servía, me preguntó acerca de por qué me hallaba por allí. Le respondí que quería visitar la montaña de la luna. Bebió un trago largo de té, sonrió y me empezó a contar esta historia:
"Hace cientos de años, un padre que no encontraba remedio ni curandero para el mal de su hijo mayor, se encomendó a sus dioses prometiendo andar todo el camino desde su poblado hasta la montaña de la luna, si le devolvían la salud de su primogénito. Su hijo mejoró, y el padre se dispuso a cumplir su promesa. En la falda de la montaña, resultó que vivía un ermitaño que le dió cobijo y le ofreció un té. Pasó allí la noche y al día siguiente se dispuso a caminar el trecho que le quedaba. El sendero se volvía sinuoso y como cortado con hacha, al borde de un desfiladero tallado por el agua. Le sorprendió la tormenta. Arreciaba y le lanzaba maldiciones heladas contra la cara descubierta pero no daba un paso atrás, hasta que, en un golpe de furia, un rayo provocó un desprendimiento que bloqueó totalmente el camino. Impotente, regresó a la cabaña del ermitaño y le contó que no podía cumplir su promesa de hacer todo el camino de la montaña de la luna, y que los dioses le castigarían. No podía volver a su casa hasta que llegara al final del camino. El anciano le dijo que reposara allí esa noche, que a la mañana siguiente todo se vería más claro. Al despertar, el padre no encontró más que una tetera caliente en la casa. Resuelto a saber qué había sido del ermitaño salió de la cabaña y retomó el camino. Llegó hasta la zona cortada, y casi se da de bruces con un letrero que no estaba allí el día antes. Parecía hecho a mano y decía: Aquí acaba el sendero de la montaña de la luna. Comprendió, se dió la vuelta y regresó a su poblado "


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