Algunos dicen que la vida es un baile de disfraces. Yo, despreocupado por la vestimenta, me dedico a bailar lo mal que sé, sin importarme las caretas que día a día te intentan colocar por doquier. Porque no soy esa careta, porque siempre busco lo que se esconde tras los trajes que nos quieren hacer a la medida, la mayor de las veces sin siquiera saber nuestra talla. Y las caretas que nos colocan no suelen reflejar otra cosa que las intenciones de quien las reparte, sean buenas o malas.
Y me sigo dedicando a bailar, tropiezo y piso lo que puedo y, a veces, te encuentras con otros pies que se mueven contigo y parece que se acompasan. Y esos pies llevan careta, disfraz de luxe.
Y no me importa el traje que le hayan querido poner, y no es menos cierto que no se puede besar sin quitarse la careta, y en la valentía de arrancarla para verse las caras es donde reside el primer paso para bailar viendo lo que en realidad tenemos delante, y lo que nos perdemos si dejan de bailar.
Yo miro con mis propios ojos, y beso con mis propios labios. Y a quien le gusten las caretas, que chupe cartones.
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