Fue por sus ojos. Brillaban como nunca, no paraban de posarse en nada, inquietos. Me parecían grandes como la ilusión que los hacía estar tan vivos. Sus ojos estudiando las cosas, sus ojos demostrando la fórmula para ser feliz.
Fue por su boca. Que parloteaba muy dulce, que hablaba cariñosa y reconfortante. Su boca, aquel cielo.
Fue por su sonrisa. Generosa, contundente, superlativa. Contagiosa como los bostezos que nos pasábamos en el sofá, única como para hacerte entender aquello que nunca creíste de iluminar una habitación.
Fue por sus manos. Ligeramente torpes, algo nerviosas pero adorables entre papel rasgado, amables, sensibles.
Fue por su espalda, que cuando pide clemencia las hormiguitas de la punta de los dedos se van a dormir a su gracia.
Fue por su magia, que parecía hasta verano, que pocas personas tienen magia como para trastocar los pronombres, o las estaciones, o hacer que todo lo que le rodea se alegre a su paso.
O quizá fue ese corazón tan grande que parece que se oía, o la manera de meterse conmigo, o de hacerme dar más vueltas o simplemente que con esa magia hacía encogerse el universo y estaba encerrado en aquella habitación, y no hacía falta nada más.
Fue mi culpa que caí, aquella vez. Un pobre diablo llamando a las puertas del cielo.
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