Esas
otras huellas hablaban de alguien tan raro como para superar en ilusión a un
niño, que pisaba con las ganas de vivir de un ex presidiario, que caminaba con la firmeza de voluntad de un asceta de noventa años, que a veces paraba a
saltarse o a bailar de pura alegría, que juntaba los pies para dibujar
corazones, que le gustaba ir al mismo paso que al resto, que cantaba y marcaba
el ritmo con la punta de los dedos y que no le importaba si la marea mojaba un
poco sus pies de trabajadora incansable.
Eso, entre muchas otras cosas que no dicen
las pisadas, y que me callo.
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