lunes, diciembre 17, 2012

Convicciones


Guardo, como todo el mundo, el recuerdo detallado de una serie de cosas que a priori nos parecen importantes. De todas, las hay que con el tiempo van perdiendo su brillo para quedar casi en anécdotas. Y las hay que no saben de cuestas abajo, del significado del verbo ajar, del desgaste o de la relatividad. Y crecen quiera uno o no, porque no es voluntad de cada uno decidir hasta dónde llega a calar lo ajeno en lo propio; y no es mi costumbre nadar en contra de las corrientes que navegando me dejaron días de sol y razones para sonreír por lo menos hasta el fin del mundo.

Recuerdo, como casi todo el mundo, algunos días más que otros porque los cambios que conllevan suelen venir para quedarse y servir de escalón, que más vale usar para subirnos a él por mucho que otros crean que se usan para tropezar. Y desde que lo usé puedo ver por encima de las nubes.

Atesoro más las palabras que las cosas que me relacionan con esos momentos, porque el timbre de una voz que te hace brillar los ojos no se puede perder por ningún lado ni escapar de la memoria agradecida de quien lo escucha, y prefiero la esencia al símbolo, aunque no esté mal tener detalles que lo atestigüen.

Conservo intacto el derecho y el deber de defender y luchar por quien lo ha hecho por mí, de manera indeterminada en el tiempo y sin más condiciones que la entrega total a la causa de la felicidad a quien me la haya regalado.

Imagino siempre la manera de pintar sonrisas en las caras que me miran de cerca porque sé lo mucho que cada una de ellas se lo merece.

 Adoro la manera en que la forma de ser de algunas personas me provocan ganas de sorprenderlas siempre.

Suelo escribir sabiendo quién lo lee, y jugando con las palabras.

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