Guardo,
como todo el mundo, el recuerdo detallado de una serie de cosas que a priori
nos parecen importantes. De todas, las hay que con el tiempo van perdiendo su
brillo para quedar casi en anécdotas. Y las hay que no saben de cuestas abajo,
del significado del verbo ajar, del desgaste o de la relatividad. Y crecen
quiera uno o no, porque no es voluntad de cada uno decidir hasta dónde llega a
calar lo ajeno en lo propio; y no es mi costumbre nadar en contra de las
corrientes que navegando me dejaron días de sol y razones para sonreír por lo
menos hasta el fin del mundo.
Recuerdo,
como casi todo el mundo, algunos días más que otros porque los cambios que
conllevan suelen venir para quedarse y servir de escalón, que más vale usar
para subirnos a él por mucho que otros crean que se usan para tropezar. Y desde
que lo usé puedo ver por encima de las nubes.
Atesoro
más las palabras que las cosas que me relacionan con esos momentos, porque el
timbre de una voz que te hace brillar los ojos no se puede perder por ningún
lado ni escapar de la memoria agradecida de quien lo escucha, y prefiero la esencia al símbolo, aunque no esté mal tener detalles que lo atestigüen.
Conservo
intacto el derecho y el deber de defender y luchar por quien lo ha hecho por mí,
de manera indeterminada en el tiempo y sin más condiciones que la entrega total
a la causa de la felicidad a quien me la haya regalado.
Imagino
siempre la manera de pintar sonrisas en las caras que me miran de cerca porque
sé lo mucho que cada una de ellas se lo merece.
Adoro la manera en que la forma de ser de
algunas personas me provocan ganas de sorprenderlas siempre.
Suelo
escribir sabiendo quién lo lee, y jugando con las palabras.
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