miércoles, diciembre 14, 2011

Mago de Oz

Ella llegó como de repente, con esa naturalidad de quien no se había ido nunca del todo. La sonrisa era igual, el desparpajo con punto de torpeza había crecido un poco. Le recordó fugazmente al espantapájaros del Mago De Oz. Hablaron, y él se dio cuenta de que a ese espantapájaros ella le sacaba un cerebro y medio.
Luego vendrían los cafés, las risas; eso de "ponerse al día" se lo tomaban en serio. Ella absorbía toda su atención, desprendía una energía aplastante, le envolvía con ella. Algo le había pasado, creo que a esos golpes lo llaman vida, y lejos de hacerle demasiado daño eso a ella le había vuelto mejor en todo. A toda piedra en el camino respondió con temple y sin perder esa sonrisa, y le volvió a recordar al Mago de Oz. En aquel momento él pensó que ojalá al león le hubieran dado su valentía.
No recordaba exactamente el punto de inflexión, cuál fue el instante donde el cariño se volvió más fuerte. Pero era inevitable. Les costaba demasiado poco hacerse reír como para no querer. Les era demasiado fácil hablar como para callárselo. Sí que se acordaba, entre sonrisas, de aquella noche que se regalaron en la que él, mientras la abrazaba como si se rompiera, supo que no quería que nada más dependiera sólo de sí mismo. Así, a la vez que ella susurraba una canción el volvió  a pensar en el Mago de Oz, y en la envidia que le tendría a ella el hombre de hojalata si supiera que existe una persona con un corazón tan grande.
Y él, que era un poco espantapájaros, león, hombre de hojalata, no pudo más que dar gracias a quien sea el mago que los volvió a cruzar: gracias por ese cerebro, ese espíritu y ese enorme corazón.

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