Y por culpa de esa promesa nos conocimos un año después de cuando nos encontramos por primera vez.
Y de entre todas las cosas que me preguntaste y no te contesté, esa era la más repetida. Y ahí lo tienes, por una de esas promesas estúpidas, tan estúpidas que no puedes ni contarlo por no traicionar a quien se la haces. Y da igual que maldiga la promesa porque no sirve de nada. Y el año siguiente fue un espejismo, una nube de verano, un chaparrón de sólo ida, un gorro de playa. Y sé que debería haber sido perjuro, en tu pelo. Y qué mal nos trató ahí la suerte, que me hizo ser leal a una amistad y perdí una vida. Y sé que me mirabas, que me observabas pero nunca adiviné el porqué. Y aunque parezca increíble oírmelo decir, quizá es que las cosas al final estén mejor así, tú en el pedestal que te hice al día siguiente de verte sentada en una silla y yo con este resquemor que me empuja a dejar constancia tecla a tecla de todas las veces que te echo de menos. Y creo que no me quedan más preguntas que responderte, si hay alguna nueva la respuesta en un sí. Y puedes quitar todas las ies griegas de principio de frase. Es que las tenía sin usar de todas las veces que la imaginé entre nuestros nombres.
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