
Tengo parte de culpa. Yo, como muchos otros, puse mi grano de arena para provocar tu adiós.
De nada sirve ahora lamentar, rasgarse las vestiduras, clamar al cielo, erigirse en defensores. Yo, que provoqué tu caída, no seré tan hipócrita como para repartir octavillas en tu favor. Evitar tu muerte, de ser esto posible, era trabajo de años atrás.
Pero es que casi ya ni nos veíamos. Antes sí. De vez en cuando trataba contigo, pasábamos alguna tarde juntos. Me has visto besar cuando tú besabas, me has visto llorar cuando tú llorabas, me has visto reír...
Y ahora toca despedirse. Otros ha habido antes, y otros habrá después de tí.
Claro que se te echará de menos. De vez en cuando aparecerá tu recuerdo en ese tipo de ocnversaciones nostálgicas que no hacen más que confirmar nuestros pasos a una madurez aborrecida por nuestros corazones. Pues ése es el mérito de algunos sitios: el de acompañar a momentos de nuestras vidas que nos son muy queridos. Por desgracia, la deuda que vamos asumiendo para con vosotros nunca se salda. Y cuando la piqueta actúa, nos limitamos a sentir una pizca de pena, nada de lástima y quizás soltar un suspiro. Y a seguir con la vida diaria. Esa es la verdadera condición humana. Olvidar hoy en día es fácil, sano, barato y terapéutico.
Perdona pero te vamos a derribar. Y gracias por esos momentos. Son impagables. Y como son impagables, quedémos así en paz.
Hasta que no quede ninguno, entonces nos daremos cuenta de que hemos cambiado para siempre y sin remedio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario